A Tupac Amaru le ataron la muerte a los pies y las manos, pero la fuerza de cuatro caballos no bastó para lograr desmembrarlo. El 18 de mayo de 1781, tras presenciar el estrangulamiento de su esposa, Micaela Bastidas, y cómo le amputaban al resto de su familia, fue decapitado el inca que comandó un ejército de indios, mestizos y negros contra las inequidades impuestas por la Corona Española en el Virreinato del Perú.Viejas escopetas y otras armas rústicas habían servido a los hombres del cacique de Pampamarca, Tungasuca y Surimaná —cuyo nombre verdadero era José Gabriel Condorcanqui—, para rebelarse contra los constantes abusos a los que los indios eran sometidos. Ya en 1776 había presentado una petición formal para liberar a los nativos del trabajo forzado en las minas, donde morían por miles, la cual le fue negada desde Lima. Ante el fracaso del diálogo con las autoridades españolas, su primer intento de negociación, se hicieron necesarias medidas más radicales.
El 4 de noviembre de 1780, apresan al corregidor de Tinta (Cuzco), Antonio de Arriaga, famoso por sus atrocidades contra la población indígena, a quien ajustician seis días después en la Plaza Pública. Después de vencer al ejército enemigo en la batalla de Sangarará, Amaru repliega sus tropas en la ciudad de Tungasuca. En enero de 1781 enfrenta a las huestes enviadas por el Virrey Jáuregui y Aldecoa, siendo perseguido y hecho prisionero por el general Ventura Landa.
Su condena, dictada por el Visitador José Antonio Areche, enviado para "investigar" los abusos contra los indígenas, fue presenciar el exterminio de sus seguidores y de los miembros de su familia, para luego morir descuartizado. Su asesinato, lejos de constituir "escarmiento" para sofocar la lucha contra el régimen español, inspiraría nuevas insurrecciones hasta la independencia definitiva del continente.
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AIDA CALVIAC MORA
Diario GRANMA CUBA
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