23/10/08

No es el fin de las utopías . Parte I

Ponencia al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de La Habana.
Señor Rector,
Señora Embajadora de Bélgica,
estimados y estimadas colegas, queridos amigos y amigas,

Gracias por este honor académico que también es un testimonio de solidaridad en la lucha social, espiritual y política y una expresión de amistad.
En 1953 subí por primera vez la escalinata de esta Universidad, que fue testigo de tantas luchas estudiantiles y políticas, y en los 55 años que han transcurrido nunca pensé que un día yo regresaría para recibir un doctorado de esta gran institución. De verdad, la Universidad de La Habana ha sido un lugar privilegiado de la tradición intelectual y cultural de la nación cubana. No podemos olvidar que aquí descansa Félix Varela, que el pensamiento de José Martí siempre ha sido promovido, aún en los peores días de la vida política del país y que grandes nombres de la literatura y de la política fueron asociados a su dinámica, para citar solamente los que he conocido personalmente Alejo Carpentier, Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar y Abel Prieto en la literatura; Aurelio Alonso y Fernando Martínez Heredia en la filosofía; Eduardo Torres-Cuevas en la historia; Osvaldo Martínez y Carlos Tablada en la economía; o Ricardo Alarcón y Felipe Pérez Roque y el propio Comandante Fidel Castro en los campos político e intelectual.
El tema que he elegido para esta ponencia es la relación entre Revolución y Religión en Cuba. Le haré en tanto que sociólogo de la religión, fiel así a mis colegas de esta Universidad que me habían invitado hace algunos años a dar mi punto de vista sobre la disciplina y al equipo del Departamento de estudios sociorreligiosos del CIPS a los cuales debo muchas de las informaciones concretas. Me perdonarán si hablando desde el exterior, se me escapan ciertos hechos o perspectivas.
Empezaré por definir el marco específico del análisis y después trataré de construir una cronología del tema.
I. El marco del análisis
Para el análisis de las relaciones entre Revolución y religión en Cuba, utilizaré un guión de lectura (una hipótesis) que formulo de la manera siguiente: El tiempo de las incertidumbres no significa el fin de las utopías, ni la muerte de la esperanza. En otras palabras, las certidumbres que caracterizaban ambas partes, creando un estado de conflictos, puede transformarse, con el reconocimiento de la incertidumbre, en una dinámica de búsqueda común de la utopía y en una fuente de esperanza. Se trata de un enfoque que permite ir más allá de la mera descripción o de la historiografía.
De verdad, vivimos tiempos de incertidumbre, no solamente en el pensamiento científico o en las ciencias humanas, sino en la situación existencial de los pueblos.

Las numerosas crisis, financieras, alimentarias, energéticas, climáticas están creando condiciones particularmente graves, fruto de la lógica de un modelo de desarrollo destructor de la naturaleza y de los seres humanos, resultado de una inversión de valores, que hizo de la acumulación del capital el motor de la civilización.
Quiero recordar que la filosofía contemporánea de las ciencias nos lleva a considerar el azar como un factor clave de la historia física y biológica del universo. Por su parte, el análisis de las sociedades no permite más una visión determinista lineal de la realidad y nos ayuda a redescubrir su dimensión dialéctica.
Uno podría preguntarse qué tiene eso que ver con las relaciones entre Revolución y religión en Cuba. De verdad mucho. Hubo el tiempo de las certidumbres, la Revolución que tendía a transformar la utopía en dogmas y las religiones, en particular las iglesias cristianas, institucionalmente mayoritarias en el panorama religioso del país, que identificaban formas coyunturales e históricas con el absoluto de su meta. Para la iglesia católica aún no había ocurrido el Concilio Vaticano II, que ocasionó una transformación profunda.
El fracaso, relativo pero profundo de las sociedades socialistas europeas, las graves desviaciones de ciertas revoluciones buscando alternativas al capitalismo, las orientaciones contemporáneas de poderes socialistas promoviendo una “economía social de mercado”, introducen un factor importante de incertidumbre en la búsqueda del poscapitalismo. Cambios culturales, nuevos conocimientos, movimientos migratorios, han tenido un impacto sobre la conceptualización de las creencias religiosas y sobre la pluralidad religiosa de las sociedades e introdujeron elementos de incertidumbre dentro del campo religioso.
De manera positiva, el tiempo de las incertidumbres ayuda a desarrollar una modestia intelectual y una tolerancia mutual, sin necesariamente caer en el cinismo cultural, en la ausencia de valores inspiradores del actuar humano, o en el rechazo de todo compromiso, es decir, sin abandonar la búsqueda de las utopías.
En este sentido, las ciencias sociales y la sociología en particular, han jugado un papel importante. Todas las instituciones de las certidumbres han sido alérgicas a la sociología. Las sociedades socialistas suprimieron la sociología porque con el marxismo tenían todas las respuestas y en Europa del Este, los primeros pasos de su restablecimiento fueron orientados por el funcionalismo norteamericano: cómo hacer funcionar mejor el sistema, sin analizar las nuevas relaciones sociales que se habían construido ni las propias contradicciones internas.
El enfoque histórico, sociológico y sicológico en el análisis de las religiones, revelaba el carácter construido de las creencias e instituciones religiosas, lo que ponía en peligro varias dudosas certidumbres y también ciertos parámetros del sistema de autoridad. Eso provocó también resistencias por parte de las instituciones religiosas.
Por estas razones, se debe tomar en cuenta el contexto social de las relaciones entre Revolución y religión en Cuba, sabiendo también que en ambos elementos hubo tensiones internas, y que la realidad es siempre dialéctica y compleja, con actores en interacción. Lo que se propone es establecer una cronología dentro de un cuadro general de interpretación, utilizando las excelentes investigaciones del Departamento de estudios sociorreligiosos del CIPS, los trabajos de sociólogos de esta Universidad y de centros de investigación antropológicos, como el Centro Fernando Ortiz y la Casa del Caribe, y finalmente algunas observaciones personales.
II. Las etapas de las relaciones entre Revolución y religión en Cuba
Antes de proponer una cronología de las relaciones, es bueno recordar en breves palabras algunos aspectos del panorama religioso y político existente antes de la Revolución. En el campo religioso, había tres elementos principales: el catolicismo, las varias formas de protestantismo y las religiones afrocubanas. La iglesia católica era la institución religiosa principal. Ella había recuperado en los años 50 un lugar importante en la sociedad, después de haber sufrido su carácter de brazo cultural de la colonización española que, entre otro, había impedido el desarrollo de un clero local. En la víspera de la Revolución, este último era todavía un tercio extranjero, en su mayoría español.
En el año 1953, vine a Cuba por un congreso centroamericano y caribeño de la Juventud Obrera Católica (JOC). Aproveché de la oportunidad para completar un estudio comparativo sobre las estructuras pastorales de la iglesia católica en las grandes ciudades de Europa, América del Norte y América del Sur. Este tipo de investigaciones era muy revelador del tipo de inserción social del catolicismo. En La Habana, ciudad de un millón de habitantes en ese tiempo, había 16 parroquias con 32 sacerdotes. Al mismo tiempo, más de 200 sacerdotes estaban dedicados a la enseñanza en escuelas secundarias y superiores. Cuando uno recuerda la función social de una gran parte de esas escuelas privadas, se puede concluir que eso significaba, deliberadamente o no, una real opción de clase.
De verdad no podemos ser demasiado simplistas. La JOC actuaba en los medios obreros, con una visión de crítica social inspirada por la fe Cristiana y por otra parte, los Jesuitas del colegio elitista de Belén pueden enorgullecerse de haber contribuido a la formación del líder máximo de la Revolución, Fidel Castro. Sin embargo, como institución, la iglesia católica no era identificada con los medios populares que eran culturalmente influidos por una religiosidad de múltiple origen. Al contrario estaba más cercana culturalmente y socialmente de las clases altas y medio-altas, participando en su reproducción social.
Las iglesias de la Reforma estaban todavía muy vinculadas con sus orígenes, generalmente norteamericanos y, con pocas excepciones, actuaban en las clases medias urbanas, también con instituciones educacionales. Los cultos afrocubanos eran marginalizados o folclorizados tanto por las iglesias cristianas, como por la sociedad blanca, sea política, cultural o académica.
Al mismo tiempo, los medios sociales nacionalistas y las organizaciones de izquierda, de donde nació la Revolución, se caracterizaban por un laicismo a menudo agresivo y generalmente anticlerical. Todo el mundo tenía sus certidumbres y eso a pesar de la altura de pensamiento de grandes figuras que habían marcado la historia cubana, como el filósofo padre Félix Varela o el pensador político y finalmente Héroe Nacional de la Independencia, José Martí.
1.El momento revolucionario
Es en este contexto que nace y triunfa el proceso revolucionario. Se trata en una primera etapa de la conquista de espacios para consolidar una real independencia política, un poder de decisión económica, la justicia social con educación, salud y cultura para todos. Se reducen así varios espacios ocupados antes por entes religiosos.
El éxodo de las clases altas y medio-altas después del triunfo de la Revolución, reduce la base social de las iglesias cristianas. Una parte de los que se quedan se inscriben en el espacio religioso, en tanto que refugio político sino antirrevolucionario. La mayoría del clero de origen español interpreta los eventos como la repetición de la Guerra civil española y muchos son expulsados. Miembros de la JOC, que habían apoyado la Revolución se retiran del proceso o son excluidos. Entran en oposición o se exilian, cuando la Revolución se define como socialista de inspiración marxista. La tensión es fuerte y la imagen mutual se transforma en estereotipos de verdad no siempre sin base: las iglesias, fuerzas contrarrevolucionarias y la Revolución fuente de ateísmo militante.
Las iglesias protestantes, sin embargo, siendo minoritarias, no son tan afectadas por esta dicotomía y se adaptan más fácilmente a la nueva situación. Los cultos afrocubanos se quedan en su lugar de siempre, es decir, casi clandestinos, frente al gran movimiento de emancipación social y cultural de las clases subalternas promovida por la Revolución.
En esta situación difícil y tensa, algunas personalidades que he tenido el privilegio de conocer de cerca, jugaron un papel importante y pacificador a largo plazo. El primero fue Felipe Carneado, este intelectual, miembro del Partido comunista desde antes de la Revolución y encargado de los asuntos religiosos en el Comité Central del Partido. Su personalidad conciliadora, sus relaciones personales muy atentas con muchos de los líderes religiosos, le merecieron el título (como broma amistosa) de Obispo laico. Recuerdo una celebración de su cumpleaños, cuando el pastel de aniversario le fue entregado y después compartido, por la conferencia episcopal católica en su conjunto.
Otro actor importante fue monseñor Zacchi, el encargado de negocios de la nunciatura apostólica, que guardaba el contacto con las autoridades de la revolución aún en momentos de alta tensión. Se dice que, como buen italiano, era experto en espaguetis, lo que Fidel apreciaba particularmente.
Finalmente quiero mencionar dos figuras que me impresionaron mucho, monseñor Adolfo Rodríguez, el obispo de Camagüey y el pastor Raúl Suárez.

El primero, que fue también presidente de la Conferencia Episcopal Católica, mantuvo siempre una actitud pastoral de apertura y de diálogo. El segundo, a pesar de haber sufrido de la Revolución, nunca perdió su esperanza en el futuro y su celo evangélico y fundó el Centro Martin Luther King, un lugar privilegiado de compromiso social y aun fue miembro de la Asamblea Nacional Popular.
2. El período del mimetismo soviético
Por razones políticas obvias, durante la Guerra Fría, Cuba ha tenido de apoyarse en la Unión Soviética. La contribución política y económica muy real ha tenido también un precio ideológico, que se tradujo en varias aéreas, que incluyen la cultura y también la religión. En la URSS, el ateísmo se había transformado en religión de estado. Me acuerdo haber visitado el Instituto del Ateísmo Científico, y también en Leningrado el museo del ateísmo, localizado en la catedral de la misma ciudad. De hecho, una lucha coyuntural y necesaria contra instituciones religiosas vinculadas con el orden social feudal, se había transformado en un dogma. Ya Carlos Marx había contestado a los discípulos de Feuerbach que pretendían que para ser socialista uno tenía que ser ateo, que tenían un discurso teológico al revés.
Eso tuvo también su impacto en Cuba. Me acuerdo una visita en este tiempo en una escuela primaria de los alrededores de Matanzas. Los manuales escolares eran traducidos del ruso y contenían ataques frontales a las religiones, lo que provocaba reacciones muy comprensibles entre los creyentes. Sin embargo, aún durante este período, hubo también otros acontecimientos. Después de la muerte del Papa Juan XXIII, el gobierno cubano decretó tres días de luto, y tuve la oportunidad de participar en el servicio celebrado en la catedral de La Habana en su memoria, por monseñor Zacchi, ya citado, en presencia de autoridades políticas. También reuniones de personalidades religiosas de varias denominaciones y naciones fueron organizadas por el Consejo Mundial de la Paz. Una de ellas tuvo lugar en el seminario protestante de Matanzas. El fin era movilizar fuerzas morales en favor de la paz, durante la Guerra Fría. El resultado fue también un poco de aire fresco en una atmósfera a veces pesante.
continuará

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