24/10/08

No es el fin de las utopías . Parte II (final)

3. El período de rectificación
A partir de la mitad de los 80, Cuba recuperó progresivamente una relativa autonomía política e ideológica. Cuatro años después se produjo la implosión de la Unión Soviética. Este período también tuvo un efecto sobre las relaciones entre la Revolución y las religiones.
El primer hecho, lo más visible, fue la larga entrevista de Frei Betto, el dominico brasileño, a Fidel y que fue publicada en un libro: Fidel y la religión. La obra fue traducida en decenas de lenguas, hasta el vietnamita. La edición francesa se equivocó de portada, con una foto de Ramón el hermano mayor de Fidel en vez de este último. Me acuerdo también las filas frente a las librerías de Cuba para comprarlo: un millón dos cientos mil personas lo compraron. Este éxito fue tal vez en parte debido al hecho de que por primera vez Fidel hablaba de su niñez y de su juventud, pero de todas maneras el discurso de Fidel sobre la religión se distanciaba de los estereotipos del pasado, expresando admiración como también críticas, pero sobre todo respeto.
Desde varios años, teólogos de la liberación habían sido invitados por Cuba, tales como Leonardo Boff, el brasileño. Muchos cubanos, y entre ellos intelectuales, tenían contactos con cristianos comprometidos en los movimientos revolucionarios de América Central, Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En este país, la Revolución Sandinista tenía un componente cristiano muy importante. Sacerdotes como Ernesto y Fernando Cardenal y Miguel D’ Escoto jugaban un papel de peso y las Comunidades eclesiales de base habían constituido una de las bases sociales de la Revolución. ¿Cómo seguir con la certidumbre que la religión era solamente el opio del pueblo?
Es también en 1986, que a la iniciativa de intelectuales marxistas, se organizó en la escuela de Diplomacia del MINREX, un curso intensivo de Sociología de la Religión que mi colega Geneviève Lemercinier y yo, impartimos durante 15 días. Una treintena de profesores de Filosofía, de colaboradores del Comité Central y aun un coronel en uniforme siguieron el curso. El punto de partida era que un enfoque marxista de la religión no podía ser el fruto de un dogma, sino de un análisis de sus funciones sociales. Así se estudiaron, en la historia y para diversas religiones, los hechos. La conclusión fue que de verdad las religiones pueden ser un opio para la emancipación de los pueblos, pero también fuente de inspiración para un compromiso social, aún revolucionario. El consenso fue unánime y el contenido del curso fue publicado con un prefacio de Fernando Martínez. Varias ediciones se realizaron en México, Nicaragua, Colombia y Brasil y siguen todavía, gracias a Ruth Casa editorial y a los esfuerzos de Carlos Tablada, en Cuba de nuevo, en Venezuela y en otros países latinoamericanos.
El catolicismo cubano, por su parte, realizó en 1986 una reflexión importante sobre su propia realidad y su función en la sociedad. Después de varios meses de preparación del Encuentro Nacional (ENEC) de la Iglesia Católica, produjo un documento que daba una orientación nueva.
Evidentemente las interpretaciones ulteriores fueron diversas, en función de la diversidad interna del catolicismo mismo y de variaciones en la relaciones entre la iglesia y el estado. El Consejo ecuménico de las iglesias, por su parte contribuyó también a una reflexión teológica renovada, especialmente vía su revista difundida en varios medios de la sociedad cubana. El Centro Martin Luther King, nacido en la misma época, contribuyó por sus obras y trabajos de reflexión a la creación de un otro clima, sin hablar del trabajo de base de varios grupos de cristianos para las víctimas del sida, por ejemplo.
La actitud oficial cambió durante este período. El Congreso del Partido Comunista de Cuba suprimió las disposiciones que impedían a un creyente ser miembro del Partido. También nació en el seno de la Academia de las Ciencias el Departamento de Estudios sociorreligiosos. El promotor y su alma fue Jorge Calzadilla que realizó con su equipo un admirable trabajo de investigaciones sobre las religión en Cuba, el catolicismo, las diferentes ramas del protestantismo, la iglesia ortodoxa, las varias religiones afrocubanas, tales como la Santería o la Regla de Ochá, la tradición espiritista de Alan Kardec, el budismo, el Islam. He tenido la suerte de ser asociado a este trabajo, prácticamente desde el inicio y quiero rendir un homenaje muy especial al fundador del Centro por su contribución a un mejor conocimiento del campo religioso de Cuba. Las reuniones internacionales que Calzadilla organizó sobre el tema, ayudaron a extender la red de contactos y a manifestar la presencia cubana en este sector del conocimiento científico.
El aporte del conjunto de estos trabajos ayudó a clausurar la era de las certidumbres. Por una parte se salió de la imagen de las religiones como factores de retroceso social sin, por tanto, abandonar una posición crítica y por otra parte, la referencia clara al marxismo como metodología de interrogación de lo real, impidió caer en un posmodernismo reductor de la realidad. Pero también se manifestó así el hecho de la pluralidad religiosa y la necesidad de la tolerancia y del diálogo, no solamente ecuménico, sino interreligioso. Así se comprueba que el enfoque científico también tiene funciones sociales que no podemos ignorar y una sociología de la sociología nos lo enseña.
Evidentemente, el peso del tiempo hace que las etapas no se desarrollan como procesos claramente definidos. Conflictos, tensiones internas, regresiones han tenido lugar. Las certidumbres no se eliminan por decreto.
4. El período especial
Al principio de los años 90, la combinación de la caída de la Unión Soviética junto con un bloqueo acentuado de parte de los EE.UU., llevó al país a una situación dramática. El PIB, como sabemos, cayó en más del 30 %. Eso ha tenido su impacto sobre el panorama religioso. Un estudio del Departamento de Estudios sociorreligiosos del CIPS lo demuestra claramente.
La “demanda religiosa” aumentó y favoreció a todos los grupos religiosos. El número de bautismos creció, nuevos movimientos religiosos, en particular pentecostales, se multiplicaron, las religiones de origen africano salieron de su semiclandestinidad histórica, las devociones populares (San Lázaro) tomaron una nueva dimensión. Todo eso confirma la tesis del sociólogo Max Weber sobre el vínculo entre situaciones sociales y pertenencia religiosa. Sin embargo, se debe evitar dar una interpretación exclusivamente funcionalista del fenómeno. Otros elementos jugaron también un papel, como la búsqueda de un nuevo sentido global de la existencia por parte de militantes políticos y una actitud de mayor apertura y diálogo por parte del gobierno y del Partido.
Es durante este período que se realizó la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba. Su resultado positivo, el reconocimiento mutuo de los dos líderes, fueron el fruto de la evolución empezada desde la década de los 80. La actitud leal, aun a veces crítica, de varios intelectuales cristianos como Cintio Vitier, el teólogo protestante Adolfo Ham, o el padre Carlos Manuel de Céspedes, entre otros, había contribuido a construir poco a poco un clima general diferente. Acciones exteriores de solidaridad con Cuba, como la de los Pastores por la Paz en los EE.UU., fueron también factores de evolución por una mejor apreciación mutua.
Una señal muy importante fue la reacción de todos los grupos religiosos al momento de la enfermedad de Fidel. La Conferencia Episcopal católica publicó una carta pastoral, pidiendo oraciones por la salud de Fidel, por el nuevo gobierno encabezado por Raúl, afirmando además que ninguna intervención extranjera sería tolerable. Un acto de oración se organizó en la catedral anglicana, con varios grupos cristianos, protestantes y ortodoxos y los tambores de los cultos afrocubanos se hicieron escuchar en testimonio de preocupación y de solidaridad.
5. La incertidumbre asumida
En los dos lados, de la Revolución y de la religión se inició un período de incertidumbre asumida. Ciertamente, las circunstancias históricas ayudaron a crear esta nueva situación. Por una parte, la Revolución tiene que innovar para seguir. El socialismo se construye y no se decreta. Asumir las incertidumbres requiere un gran rigor intelectual y una ética a todos los niveles de responsabilidad. Por otra parte, ninguna religión es hegemónica en la sociedad, ni capaz de imponer certidumbres. La pluralidad religiosa es un hecho en Cuba, como en el conjunto del continente. La fe es una apuesta y no una evidencia. Aceptar la incertidumbre es condición de su existencia.
Sin embargo, asumir las incertidumbres no significa la ausencia de parámetros. A la base de todo se inscribe la continuidad de la vida en todas sus dimensiones, física, biológica y cultural, personal y colectiva. Frente a la crisis de civilización, este parámetro se traduce en cuatro orientaciones de base. Primero, una relación de respeto de la naturaleza frente a una catástrofe ecológica que nos prepara su explotación como puro instrumento de lucro y que conduce a la desaparición de muchas especies vivas y a la muerte de millones de seres humanos. La madre Tierra, fuente de vida, fruto de una obra creativa, cualquier sea su representación, no puede ser solamente un recurso, porque los seres humanos viven en simbiosis con ella.
Un segundo aspecto es una economía que responda a las necesidades de todos los seres humanos, en un mundo donde más de 800 millones de personas sufren de hambre o de malnutrición. Significa pasar de una economía que privilegia el valor de cambio a la valorización del valor de uso, lo que contradice la lógica del capitalismo. En tercer lugar, la traducción práctica del parámetro central de la continuidad de la vida exige una democracia generalizada de todas las relaciones humanas. Y finalmente se trata de asegurar la multiculturalidad, permitiendo a todas las tradiciones de pensamiento, todos los saberes, todas las religiones contribuir a esta tarea común. De verdad, estas últimas, de una manera u otra, aluden al sentido de la totalidad, es decir, la armonía entre el cosmos y el género humano y a la importancia de la subjetividad, lo que puede contribuir a la construcción concreta del parámetro.
Y de hecho responder a esta exigencia es construir el socialismo. Es la tarea de todos. Se trata de la utopía necesaria que tiene de inspirar las nuevas generaciones. El 19 de julio pasado estuve en Nicaragua para la celebración del aniversario de la Revolución Sandinista. Había más de 100 mil personas en la plaza. Hugo Chávez estaba presente y me dijo: “Mire esta plaza, que antes se llamaba plaza de la Revolución y ahora plaza de la Fe. De hecho es la misma cosa.” De verdad la contrarrevolución que precedió el nuevo poder sandinista, había cambiado el nombre, en el marco de una lucha semántica. Pero Chávez tenía razón, no que el contenido de los dos conceptos sea lo mismo, sino el enfoque. Una revolución que no construye las bases de la vida, incluida su ética, pierde su sentido. Una fe que no inspira el compromiso por la vida de la humanidad, cultiva la ilusión.
El tiempo de las incertidumbres no es el fin de las utopías; ni la muerte de la esperanza. Quiero afirmar como convicción, en tanto que sociólogo de la religión, pero también en tanto que creyente y comprometido con la Revolución.
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La Habana, 30 de septiembre de 2008

François Houtart
La Jiribilla

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