2/8/08

La cultura de hacer política

Martí, con su fina sensibilidad, no vacila en calificar la política de arte y nos aporta esta lúcida definición:
La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación cueste el sacrificio, o la merma del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila, y su batalla preparada.
Es decir, se trata de una categoría de la práctica. La política es a las ciencias sociales y humanas lo que la tecnología es a las ciencias naturales, y en el caso de Martí y la identidad nacional cubana tiene un valor universal. Es lo que he llamado la cultura de hacer política que combina adecuadamente la radicalidad y la armonía que se rige por principios éticos.
Otra categoría fundamental de esa cultura de hacer política está en la educación también en su sentido más amplio. He ahí la importancia de la identidad nacional cubana, que tiene en su corazón la cultura política y educacional presente en nuestra tradición intelectual.
Las ideas pedagógicas y filosóficas cubanas están germinalmente en posibilidad de alcanzar una dimensión internacional de vastas proporciones; tienen dos siglos de historia y están vinculadas a las más inmediatas necesidades populares. En la pasada centuria se relacionaron con las ideas del socialismo. Es algo que debemos compartir y difundir. Tendrá incidencia en ello lo que hemos llamado la cultura de hacer política que representan José Martí y Fidel Castro. Si logramos que esa cultura sea abrazada por las nuevas generaciones de cubanos, ellas podrán ejercer una influencia política, filosófica y cultural en general de enorme repercusión.
Es necesario saber diferenciar y a la vez relacionar la ideología —entendida como producción de ideas— de la ciencia, la ética y la política. En el llamado socialismo real se confundieron estas categorías y no se supo relacionarlas. El capitalismo, con su pragmatismo galopante y su perversa manera de segmentar la realidad, no nos ofrece ninguna posibilidad de vínculo orgánico entre estas áreas de la actividad humana.
Solo con el pensamiento dialéctico materialista podríamos hacerlo y así arribar a una política como la que necesita la Revolución tanto para lo interno como para lo externo. Esa cultura, la más consecuente y profunda de Occidente, parte, como hemos dicho, de una altísima sensibilidad ética, lo que permite diferenciar y relacionar estas tres categorías en sus realizaciones concretas.
Para comprender y orientar la acción en esta dirección, el país reclama de las personas de mayor sensibilidad, inteligencia, conocimiento y cultura que integren el esfuerzo común de todo el pueblo para abordar los nuevos y complejos retos que tiene ante sí el pensamiento científico humanista.
La idea clave está en desterrar la divisa de "divide y vencerás", y en exaltar la de "unir para vencer".
Estos son tiempos para un humanismo que relacione cultura y desarrollo, que nos permita asumir con ética y ciencia la globalización. Fidel había dicho en el V Congreso de la UNEAC, y lo ratificó en el VII Congreso de la UJC, que lo primero que había que salvar era la cultura. Esto es, precisamente, lo más importante para la política cubana, su urgencia inmediata en lo interno y en lo internacional.
También sentenció el Apóstol que la facultad de asociarse es el secreto de lo humano, de ahí que todo se hará gestionando la cooperación, desarrollando el entusiasmo sobre los fundamentos de la tradición política, cultural, martiana y socialista cubanas. Vertebrar todo este empeño estará en consonancia con la ética revolucionaria y con la concepción humanista que hemos ido creando y que debemos transmitir a las nuevas generaciones. Fortaleciendo esta línea de trabajo podremos llegar a convertir a Cuba en "universidad del continente". Si trabajamos todas las generaciones juntas, las más jóvenes y las mayores en estrecha unidad, resaltando el espíritu de cooperación y los valores presentes en la historia nacional cubana, podremos responder al reto martiano de injertar el mundo en nuestras repúblicas, pero que el tronco sea el de nuestras repúblicas.
Concluyo con un pensamiento de Fidel Castro que sintetiza el hilo conductor de lo que hemos expuesto:
El gran caudal hacia el futuro de la mente humana consiste en el enorme potencial de inteligencia genéticamente recibido que no somos capaces de utilizar. Ahí está lo que disponemos, ahí está el porvenir.
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ARMANDO HART DÁVALOS
Diario GRANMA CUBA

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