25/7/08

Textos y contextos en vísperas del 26

José Antonio Benítez fue un maestro de periodistas, que sobresalió no solo por su profesionalismo y su ética, sino también por su modestia y su sencillez. Fundador de Granma, le rendimos homenaje con la publicación de este extenso artículo (ahora actualizado) que publicó hace 35 años en nuestras páginas.
Uno de los puntos extraordinarios de nuestro proceso revolucionario consiste en que no solo nos hemos planteado cambiar el medio circundante, sino que nos hemos propuesto transformarnos nosotros mismos. Hay un mundo nuevo y un hombre nuevo en el horizonte.
Se podría afirmar, por consiguiente, que el proceso de mutaciones que emprendimos al triunfar la Revolución es el más profundo y el más arrollador de cuantos registra nuestra historia desde que los conquistadores españoles barrieron las costumbres y la cultura y sepultaron el comunismo primitivo de nuestros taínos, siboneyes y guanahatabeyes.
Ninguno de los acontecimientos históricos de nuestro país, sin embargo, está gobernado por abstracciones. Todos fueron determinados por la acción consciente de los hombres. Es el común denominador. La historia, como afirma Marx, nada hace, ni posee una riqueza inmensa, ni libra batallas: es el hombre, el hombre real y vivo, quien lo hace todo.
El asalto al cuartel Moncada tampoco se realizó bajo la batuta de una abstracción. Sus protagonistas actuaron en un contexto social determinado y con el prontuario de una idea concreta. No fue un hecho aislado sino parte del "proceso de desarrollo de la conciencia y del pensamiento político y revolucionario de nuestro país durante 100 años". El autor intelectual fue Martí. Las raíces del Moncada están en nuestra historia. La Revolución "comenzó el 10 de Octubre de 1868". En el tiempo transcurrido desde entonces surgieron hombres que fueron a la vez producto y agentes del proceso, representantes y creadores de las fuerzas sociales que han ido transformando nuestro país y nuestro pensamiento.
La historia de las luchas del pueblo cubano es la sucesión de diferentes generaciones, cada una de las cuales ha proseguido, en condiciones distintas, las actividades de las que le precedieron.
PARALELO Y CONTEXTO
Hace 115 años, un hombre recorría América invocando la guerra necesaria en su patria. Cientos de miles de soldados ocupaban su país: una colonia de España. Ese hombre organizó un partido revolucionario. Dijo: "De vez en cuando es necesario sacudir el mundo, para que lo podrido caiga a tierra". Habló con su pueblo. Dialogó con los trabajadores. Dijo: "Por el poder de erguirse se mide a los hombres". Exaltó el patriotismo. Fustigó las ambiciones personales. Arengó a los indecisos. Convocó a los ex combatientes de la Guerra de los Diez Años.
Dijo: "Hay que levantarse, sacudirse el polvo y seguir andando". Zanjó diferencias. Eliminó discordias. Unió voluntades. Desenmascaró anexionistas. Denunció al vecino poderoso. Dijo: "Viví en el monstruo y le conozco las entrañas". Alertó a América. Rindió tributo a los héroes. Redactó un programa. Enfrentó las ideas nuevas a los viejos conceptos enemigos. Desencadenó la guerra. Dijo: "Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".
Las ideas volvieron a chocar hace 55 años. La esencia era la misma. Las mismas ambiciones personales, neocolonia, anexionistas parecidos, discordias y diferencias similares, el mismo vecino poderoso¼ Y la misma invocación, el mismo patriotismo —ex combatientes, obreros, campesinos— el mismo diálogo con el pueblo, el mismo programa, la misma guerra.
Lo único distinto eran las condiciones. Ahora había una república: partidos políticos, procesos electorales, "botelleros", inversionistas, banqueros (norteamericanos), terratenientes, turistas (norteamericanos), empréstitos, presupuestos, aduanas, contrabandistas, agentes de la CIA, industriales (norteamericanos), agencias de publicidad, surveyes, centrales, electricidad y teléfonos (norteamericanos). La república tenía una Constitución, libros de historia tergiversada, un embajador norteamericano, una cuota azucarera, una misión militar yanki, una base naval ilegal en Guantánamo. El 10 de marzo de 1952 también tenía un cuartelazo.
El golpe batistiano agudizó el siguiente contexto social: medio millón de viviendas precolombinas, un millón de hombres sin trabajo, un millón y medio de analfabetos según el censo, benévolo, por supuesto, de 1953. Había otras estadísticas, pero no aparecían en las cifras nacionales ni en los censos de población: el campesino sin tierra y la tierra sin campesinos, los pescadores sin barcos, los meses de tiempo muerto, el ayuno involuntario, las noches de insomnio de los pobres, las madrugadas melancólicas, los días interminables, las gestiones inútiles.
En el evangelio de aquella república había tres grandes mercedes: conseguir trabajo, ingresar en un hospital y adquirir una educación. Era el plan de salvación por la misericordia de gobernantes corrompidos. Las tres gracias, como las de Ticiano, o como las de Rubens, eran divinidades mitológicas.
El 4 de marzo, un joven abogado, Fidel Castro, había denunciado el gansterismo oficial, las prebendas palaciegas, la maquinaria del crimen, el reparto de "botellas", y ante el Tribunal de Cuentas de aquella república había formulado la angustia nacional: "Cuba, convertida en tierra de caínes feroces, camino del suicidio, hecha garito y antro de unos cuantos desenfrenados, vuelve desesperada sus ojos para pedir de ustedes, el milagro que pueda salvarla del derrumbe constitucional y moral que la amenazaba".
El documento, presentado ante el Tribunal de Cuenta de aquella república, terminaba así: "Y para concluir estas líneas en las que he puesto la mayor suma de honradez y sinceridad, sólo me resta repetir aquellas palabras de Martí cuando exhortaba a los cubanos a la lucha: ¡Para ti, Patria, la sangre de las heridas de este mundo y la sonrisa de los mártires al caer! ¡Para ti, Patria, el entusiasmo sensato de tus hijos, el dolor grato de servirte, y la resolución de ir hasta el final del camino!".
EL ANTECEDENTE

Si la historia, como dicen algunos autores, comienza cuando los hombres se ponen a pensar en función de una serie de acontecimientos específicos en que se hallan comprometidos conscientemente y en los que conscientemente pueden influir, la historia del 26 de julio comenzó antes del 10 de marzo.
La colisión, como en el 68, como en el 95, como en el 33, no iba a ser entre ideas abstractas. No iba a ser entre un grupo de hombres, por una parte, y la sociedad, por la otra, sino entre las clases de esa sociedad.
En una entrevista concedida a la prensa extranjera (1), en 1967, el Jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro expresaba:
"Antes del golpe había estado pensando en utilizar los medios legales, el Parlamento, como un punto de partida desde el que podría establecer una plataforma revolucionaria y movilizar las masas a su favor; no como medios de llevar a cabo esos cambios directamente. Estaba convencido, entonces, que ello sólo podría ser realizado por una vía revolucionaria".
Al profundizar en el tema, refería:
"Por primera vez concebí una estrategia para la toma revolucionaria del poder; una vez en el Parlamento quebraría la disciplina del Partido (2) y presentaría un programa integrado prácticamente por todas las medidas que, desde la victoria de la Revolución, han sido transformadas en leyes".
El golpe de estado de Batista creó una nueva situación.
"Mi idea —dice el Jefe de la Revolución en la entrevista aludida— se transformó: no organizar un movimiento, sino intentar la unidad de las diversas fuerzas contra Batista. Proyectaba participar en esa lucha simplemente como un soldado más. Comencé a organizar las primeras células de actividad, esperando trabajar junto a aquellos líderes del Partido que podrían estar listos para cumplir el deber elemental de luchar contra Batista. Todo lo que yo quería era un rifle y órdenes para cumplir una misión donde fuera. Me encontré de pronto en busca de un jefe; pero cuando ninguno de esos dirigentes demostraron poseer la capacidad o el carácter o la seriedad de propósitos o el medio de derribar a Batista, establecí, finalmente, mi propia estrategia."
EL PENSAMIENTO
Hace 55 años, un hombre recorría nuestra isla invocando la guerra necesaria en su patria. Miles de soldados ocupaban su país: una neocolonia de los Estados Unidos. Un tirano se había adueñado de la nación. La fuerza bruta imperaba sobre la razón humana. Dijo:
" la verdad que alumbre los destinos de Cuba y guíe los pasos de nuestro pueblo en esta hora difícil, esa verdad que ustedes no permitirán decir, la sabrá todo el mundo, correrá subterránea de boca en boca en cada hombre y mujer, aunque nadie lo diga en público ni lo escriba en la prensa, y todos la creerán y la semilla de la rebeldía heroica se irá sembrando en todos los corazones; es la brújula que hay en cada conciencia" (3).
El joven revolucionario organizó un movimiento. Elaboró planes revolucionarios. Estructuró un estado mayor. Distribuyó tareas, concilió criterios, definió posiciones. Diseccionó el régimen. Estigmatizó el cuartelazo. Enarboló las ideas nuevas. Frescas y limpias ante los conceptos moribundos de aquella república.
Dijo:
"No basta con que los alzados digan ahora tan campantes que la revolución es fuente de derecho, si en vez de revolución lo que hay es restauración; si en vez de progreso, retroceso; y en vez de justicia y orden, barbarie y fuerza bruta; y si no hubo programa revolucionario, ni teoría revolucionaria, ni prédica revolucionaria que precediera al golpe: politiqueros sin pueblo, en todo caso convertidos en asaltantes del poder, sin una concepción nueva del Estado, de la sociedad y el ordenamiento jurídico, basado en hondos principios históricos y filosóficos, no habrá revolución generadora de derechos" (4).
El imperialismo norteamericano reconoció el subgobierno batistiano. El tirano improvisó sargentos, coroneles y generales. Repartió prebendas y sueldos. Alquiló asesinos y chupatintas. Instituyó la tortura. El revolucionario condenó las genuflexiones. Previno a los aturdidos y a los apocados. Aconsejó a los vacilantes. Advirtió a los pusilánimes. Fustigó a los traidores. Dijo:
"¡Atrás los que consejo pueriles y acomodaticios quieren apartar la juventud del sacrificio! A nosotros no nos importan las frustraciones del pasado. ¡Vergüenza y oprobio eterno a los colaboracionistas y los traidores que hoy, como ayer, niegan la libertad a la Patria y el decoro al pueblo! Adelante los buenos cubanos, los que se quieren poner en esta hora difícil bajo las banderas de la honra" (5).
El revolucionario invocó al Apóstol. Señaló el ejemplo de los Mella, los Trejo, los Guiteras. Alentó a las fuerzas puras del país. Sembró la semilla de la rebeldía heroica en todos los corazones. Invitó a los cubanos de valor al sacrificio y a la lucha. Sostuvo ante la tumba de Chibás que Batista había entrado por la violencia, y que por la violencia había que sacarlo. Acusó al tirano. Dijo:
"Frente a ti, a Cuba le queda solo un camino: el sacrificio, la inmolación en aras de sus amadas libertades. De las desdichas que ella sufra, de las desgracias que la acechan, de la sangre que caiga. ¡YO TE ACUSO. TIRANO RUIN!!!" (6).
El revolucionario hizo comunicativo su pensamiento. Apeló a la conciencia nacional. Alzó la voz por encima del tumulto de los cobardes, los mediocres y los pobres de espíritu. Censuró las pugnas inútiles y los egoísmos. Reprobó las querellas bizantinas. Habló a su pueblo, a los jóvenes humildes, obreros, empleados y campesinos. Dijo:
"Quien tenga un concepto tradicional de la política podrá sentirse pesimista ante este cuadro de verdades. Para los que tengan, en cambio, fe ciega en las masas, para los que crean en la fuerza irreductible de las grandes ideas, no será motivo de aflojamiento y desaliento la indecisión de los líderes, porque esos vacíos son ocupados bien pronto por los hombres enteros que salen de las filas. El momento es revolucionario y no político. La política es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos. La Revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideas sinceras, a los que exponen el pecho descubierto y toman en la mano el estandarte. A un partido revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria, joven y de origen popular que salve a Cuba" (7).
El revolucionario organizó un pequeño ejército. Creó un estilo de trabajo. Estableció una disciplina. Trazó una estrategia. Inspiró a un puñado de héroes. Trabajaron sin descanso. Identificó un cuartel. Desencadenó la guerra.
Dijo:
"Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas, o ser vencidos, pero de todas maneras, ¡Óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras este movimiento triunfará. Si vencen mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. Jóvenes del Centenario del Apóstol, como en el 68 y el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡LIBERTAD O MUERTE! Ya conocen ustedes el objetivo del plan. Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir den un paso al frente. La consigna es no matar, sino por última necesidad" (8).
LA ACCIóN
Hace 113 años —el 25 de marzo de 1895— dos hombres, Martí y Máximo Gómez, suscribieron en una humilde vivienda del pueblecito de Montecristi, en Santo Domingo, un documento que la historia ha recogido con el nombre de Manifiesto de Montecristi. Dice:
"La guerra no es, en el concepto sereno de los que aún hoy la representan, y de la revolución pública y responsable que los eligió, el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la demostración solemne de la voluntad de un país harto probado en la guerra anterior para lanzarse a la ligera en un conflicto solo terminable por la victoria o el sepulcro, sin causas bastante profundas para sobreponerse a las cobardías humanas y a sus varios disfraces, y sin determinación tan respetable, —por ir firmada por la muerte— que debe imponer silencio a aquellos cubanos menos venturosos que no se sientan poseídos de igual fe en las capacidades de su pueblo ni de valor igual con qué emanciparlo de su servidumbre".
"La guerra no es la tentativa caprichosa de una independencia más temible que útil, que solo tendrían derecho a demorar o condenar los que mostrasen la virtud y el propósito de conducirla a otra más viable y segura, y que no debe, en verdad, apetecer un pueblo que no la pueda sostener; sino el producto disciplinado de la resolución de hombres enteros que en el reposo de la experiencia se han decidido a encarar otra vez los peligros que conocen, y de la congregación cordial de los cubanos de más diverso origen, convencidos de que en la conquista de la libertad se adquieren mejor que en el abyecto abatimiento las virtudes necesarias para mantenerlas".

El 11 de abril de 1895, 16 días después de suscribirse el Manifiesto de Montecristi, Martí y Gómez llegaban en frágil esquife a Playitas, en la costa sur de Oriente, para incorporarse a la guerra necesaria.
Hace 55 años, un grupo de hombres —hermanos entrañables porque sangraban de una misma herida— suscribieron en una humilde vivienda de Siboney, cerca de Santiago de Cuba, un documento que la historia ha recogido con el nombre de Manifiesto del Moncada.
Dice:
"La Revolución declara su amor y su confianza en la virtud, el honor y el decoro del hombre, y confiesa su intención de utilizar los que valen de verdad, en función de esas fuerzas del espíritu, en la tarea regia de la reconstrucción cubana. Estos hombres existen en todos los lugares e instituciones de Cuba, desde el bohío campesino hasta el cuartel general de las fuerzas armadas; y el ojo avizor de la Revolución lo situará en la posición de servicio que Cuba les pide. No es esta una Revolución de castas.
"Cuba abraza a los que saben amar y fundar, y desprecia a los que odian y deshacen. Fundaremos la República nueva, con todos y para el bien de todos, en
el amor y la fraternidad de todos los cubanos.
"La Revolución se declara definitiva, recogiendo el sacrificio inconmensurable de las pasadas generaciones, la voluntad inquebrantable de las presentes generaciones, y la vida en bienestar de las generaciones venideras"
(9).
En la madrugada del 26 de julio, el Jefe de la Revolución y su pequeño ejército partieron "con las manos blancas a conquistar el porvenir".
NOTAS
1) Revista "Política", México, 1967.
2) Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
3) "¡Revolución no, Zarpazo!", Manifiesto escrito por Fidel Castro a las pocas horas del cuartelazo del 10 de marzo.
4) Denuncia del Doctor Fidel Castro presentada en el Tribunal de Urgencia el 24 de marzo de 1952.
5) Periódico "La Palabra", 6 de abril de 1952.
6) Artículo titulado "Yo acuso", por Alejandro, seudónimo de Fidel Castro, publicado en el periódico clandestino "El acusador", 16 de agosto de 1952.
7) Artículo titulado "Recuento crítico P. C.", por Alejandro, publicado en "El acusador", 16 de agosto de 1952.
8) Orientación de Fidel Castro a los asaltantes del Moncada momentos antes de partir de la Granjita de Siboney, la madrugada del 26 de julio de 1953.
9) Redactado, en el acuerdo y orden de Fidel Castro, por Raúl Gómez García, mártir del Moncada.
(La mayor parte de los documentos citados están contenidos en la obra "Moncada: antecedentes y preparativos", Dirección Política de las FAR, Sección de Historia, Tomo 1, 1952-53, La Habana, 1972).
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Fuente Diario GRANMA CUBA

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